Mis dedos empiezan a escribir por inercia absurda, entrando en otra realidad; despejando mi mente del ruido, causando valor en mis ideas. Muchos son los dueños de los sueños pero muy pocos de los dueños persiguen esos sueños. Yo simplemente dejo volar mi imaginación a un mundo irracional. Donde la ingenuidad y la fantasía van de la mano, construyendo sonrisas y quizás alegrando la vida de muchos.
Para nadie es un misterio que a través de la historia, existieron muchos filósofos. Que hicieron la vida un poco compleja pero cada quien con su ideología propia. Muchos sofistas quisieron adoptar los mismos pensamientos para convertirse en perseguidores de Sócrates -tal vez Sócrates no existió, o quizás no tuvo esa ideología a la que muchos pudieran involucrarse- sin embargo, yo tomo esta frase para decir "Sólo se que no sé nada.". Porque la vida es así, una montaña rusa, y la cocina lo es también. Tiene sus subidas y sus bajadas; donde sientes el vértigo y la adrenalina correr, hasta que se termine. Y es así, uno no está seguro de nada en la cotidianidad, ni seguro de su destino, porque por muy sabio que te creas, el destino puede tener muchas cosas escritas para ti.
La cocina esta hecha del material que le da vida a los sueños, y como Calderón De La Barca dijo, "...Que la vida es sueño, y los sueños, sueños son.", simplemente la cocina es mi vida, mi tiempo, mis segundos, mis minutos y mis horas... Maneja mi corazón, y en conclusión es la intrusa más bella que ha podido invadir mi vida.
Un mundo de olores, sabores, texturas, y sentidos que se desarrollan con el tiempo. Quién no puede recordar el olor a un sofrito criollo para un guiso venezolano… o para unas caraotas fritas. Quién no puede recordar como se siente un chicharrón del pueblo del junquito cuando es mordido. Quién no puede recordar ese olor peculiar de la arepa, o de ese sonido del hervor de un consomé de pescado a las orillas de un rió. Es así, uno vive de esos recuerdos.
Me acuerdo que cuando estaba en Sydney, deliraba por unas empanadas del Litoral… por unas caraotas negras con el suspiro del ají dulce. Por el queso guayanés en una cachapa criolla. Creo que no pude aguantar tres meses sin mis sabores étnicos. Al igual que me ocurrió en mi viaje a Buenos Aires… fue cómico… fui a pedir un asado en un restaurant llamado Rancho Macho y de repente me vienen con un Rak, cuando yo me imaginaba y deliraba por ese asado tan sabroso que comemos los venezolanos.
Hay algo que duele demasiado, dejar tu tierra, y mucho mas tratar de recordarla. Son muchos momentos que viajan por tus pensamientos y cristalizan tus ojos. Por eso me gustaría que en cada aeropuerto internacional de cada país, haya franquicias de comida venezolana que te hagan sentir como en casa. Un lugar acogedor, donde el papelón con limón fuera el limpiabocas y la chicha andina el recuerdo con la canela. Donde las empanaditas de pabellón te hicieron ver a tu abuelita cocinando, y donde los tostones, el asado, los helados de tetica sean dignos representantes de la gastroetnia. Hay que realzar los valores de nuestra cultura, creando conciencia, como lo han hecho el Doctor Armando Scannone o como la gordita más simpática y más bella de Venezuela, Mercedes Oropeza. Y hacerle ver al mundo que los venezolanos tenemos con qué, y con nuestra humildad y sentimiento podemos romper fronteras y llegar a donde queramos. Hay que seguir con este legado.
Kevin Jones
lunes, 9 de abril de 2007
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